El mes pasado asesiné a mi novio y ahora estoy capturada. ¿Cómo explicar lo que sucedió? Él me llevaba 20 años, es decir ya estaba por ser un cuarentón apuesto y viril. Nos conocimos cuando estaba en el bachillerato, era una excelente jugadora de básquetbol. Pasaba las tardes junto a mis amigas Tena y Lolita, jugábamos hasta morir y después revivir para volver a morir de sed y revivir tomando nuestro sudor con especias y también con sal. Nuestro quipo era el mejor de la zona “¡Lo sería de todo el mundo!” Solíamos gritarlo en la cara de nuestras oponentes y luego escupíamos justo en la línea que señalaba los límites del juego para no ser expulsadas, los árbitros nos miraban con una cara de repulsión mientras el entrenador y porra contraria hacían rabietas, querían sacar el pavimento de tanto patalear. Nosotras no hacíamos más que volver a defender nuestra zona y luego otra vez anotar.
Meses atrás hubo un juego, importante, porque todos lo eran pero ese día el balón salió y yo fui corriendo por el, botó en la banca justo detrás del basurero y en eso apareció él, un hombre de manos duras y venas pronunciadas, lo tomó con esa grande mano y lo puso justo en mi estómago. Me quedé embelesada y regresé al campo ya que el árbitro silbaba para reanudar el juego. En lo que se acabó ese cuarto tropecé dos veces y en dos tiros casi me matan mis compañeras pues apenas rocé el tablero, a mí no me importó.
En cuanto escuché el silbatazo final corrí hacia él. Le sonreí y él dijo:
-Espectacular ¿Verdad?- Yo no pude articular palabra alguna, el ombligo salió de su lugar y sonreí con todos los dientes blancos, lechosos. Al ver que no decía nada completó su frase –Sí, ¿viste cómo bota el balón? Mi hermana es la mejor… Me quedé pasmada y en eso llegó Tena tirándose a los brazos de su hermano mayor.
Desde ese día las cosas cambiaron o al menos mi vida. Continuamos jugando, rechinando los zapatos en la duela, realizando más de 1000 tiros al aro y encestar un mínimo de 900, mucha sed, mucho movimiento, mucho él. La única diferencia es que desde el día que le conocí en adelante jamás faltó a los entrenamientos ni partidos. Tiempo después supe que continuó yendo no por su hermana ni su pasión a dicho deporte, sino por mí y me sentí morir; me enamoré perdidamente. Él acababa de llegar de Canadá pero sólo por una temporada, sus manos dejaban irritada mi cintura, manos de hombre hábil y bien trabajado. Vino por no sé qué situaciones y así comenzamos a salir los tres: Tena, él y yo. Al inicio íbamos a entrenar, a los partidos, por una nieve, al cine, a las discotecas, de viaje, de pinta tras pinta, tras pinta; después de 3 meses me fui con él.
Fue el escándalo de la colonia pero no me importó, las señoras juraron haber presenciado el acto en que yo quedé embarazada y los hombres se me iban encima a través de sus ojos queriendo también comerme y que compartiera con ellos al menos una rebanada de balón. No me importó nada, yo era feliz, al poco tiempo dejé la escuela, semanas después el deporte. Era feliz, mi euforia se brincaba por la acera y se comía al sol. Moría por hacer el amor y que me acariciara entre las orejas e hiciera bombitas entre mis senos pequeños.
No miento si digo que al principio fui una tonta que no sabía como colocarme a la hora que él llegada sediento y también qué decirle cuando se quedaba dormido así es que le acariciaba en la nuca, su pecho poblado y su entrepierna bien marcada. Él era grande, robusto y un poco maltratado, no tenía piel bonita ni cutis cuidado y se burló de los chicos que se hacían depilaciones, el pedicure o se protegían del sol. Adoraba su hombría porque detrás de su tosquedad había un hombre infinito. Ni siquiera detrás, no había que darle la vuelta, bastaba pararse frente a él y mirarlo, sentir sus pantalones desgastados y su corazón cuadriculado como la camisa.
Siempre supe que venía adolorido, de allá, de Canadá y también que huía de algo pero nunca me atreví a preguntarlo, tuve miedo de que la sombra que le perseguía fuera más grande que la luz en que yo me desvanecí miles de veces llena de placer y ojos vacíos. Un día la inmensa felicidad me fue arrebatada, no supe cuándo, no supe dónde, no supe cómo y grite al cielo, maldije a un dios y quise volverme loca.
Estábamos frente a la casa de sus padre, donde vivíamos, él agarraba mi trasero mientras comprábamos un elote con chile, con mucho chile. Llegó una camioneta desconocida, la puerta se abrió y una silueta pronunció su nombre, inmediatamente supe quién era y el elote se me fue rodando, se escurrió de entre mis manos lleno de lágrimas. Él subió y se fue con aquella silueta femenina y bien formada, seguramente ella tendría 35 años, ¡tan cerca de él!
Me encerré, lloré perros guardianes, peces de ojos saltones y culebras fuera de órbita pero él no regresaba. Después de 3 días y cuando estuve a punto de ahogarme en mi propio llanto, a punto de convertirme en cualquier animal, él regresó, con otra camisa que ya no marcaba la cuadricula en su corazón, gel en su cabello, crema en sus manos y otra mujer en sus ojos. Me miró, no dijo nada, se cuidó de no pisar mis lágrimas regadas por toda la habitación, sacó una maleta que estaba debajo de la cama y se dirigió al ropero tartamudo. En ese momento me tranquilicé, supe que ya todo había pasado y que con un poquito de suerte volvería a mi vida anterior a mi preparatoria y lo balones y silbatos. Me sentí feliz y supe lo que debería hacer. Saqué la navaja de afeitar que guardaba en el espejo del baño de su mamá, caminé feliz, con los dientes apretados de la emoción, con la sonrisa saliendo de sus rieles y al entrar al cuarto enternecí. Lo vi ahí, rendido y entusiasta, sentado en la cama y arreglando sus cosas. Me acerqué, quiso decir algo y le cerré la boca, supo que lo había perdonado, nos abrazamos fuertemente y encajé la navaja en su espalda, una, dos, tres, cuatro, 33 veces. –Te he perdonado mi amor.
Hubo un alarido en las primeras perforaciones y luego la sangre comenzó a correr por debajo de la puerta. Cuando me cercioré que no se iría con una sola mujer me dirigí al baño de su madre, lavé la navaja cuidadosamente con jabón. Su madre me miró sin aliento y con sus cabellos crispados, salió corriendo y gritando mientras yo me lavaba las manos y colocaba la navaja en su lugar, limpiecita.
Regresé a nuestro cuarto, deseaba hacerme responsable de lo sucedido y me quedé en la puerta, cruzada de brazos. Me señaló Tena y los dedos le temblaban de coraje mientras por sus ojos se escapaban las venas. Todos habían llegado al cuarto y se lo llevaron, a mí me dejaron aquí. ¡Qué tonterías comete la gente¡ quién se debió ir era él y yo quedarme, pero no me molesta.
El crimen fue hace dos meses y aún no me entregan a la policía, la familia tiene miedo de que al declararme culpable pueda arrastrar de alguna manera la memoria de su hijo y yo quede libre o él más embarrado aún cuando muerto y felizmente mío. Yo estoy tranquila a estas alturas ya nada me preocupa y sólo me dedico escuchar música, sin embargo, aquí, a mi lado izquierdo hay un cable y un interruptor de electricidad, solamente apagaré este aparato y me iré por ahí, sumergiéndome como si fuera un cable reluciente.