lunes, 28 de septiembre de 2009

DE LA CREACION DEL AMOR Y LOS ANIMALES

Alguna vez existió un hombre y una mujer y se amaban. No sé exactamente cuando estuvieron viviendo, pero estoy segura que fue cerca de la creación. No importa si ellos traían prenda alguna o caminaban desnudos, si se movían entre la maleza o se alejaban del infierno en elevadores o también si sus labios eran quemados o salía sangre fresca a consecuencia de la comida que consumían. Detalles como éstos: la nudez de sus cuerpos, el descubrimiento del fuego o la tecnología en nuestras vidas se ha tomado como un pretexto para que el ser humano incremente su morbosidad, para que imaginemos un pene meneándose como el badajo de una campana o que el deseo de sangre en nuestros dientes nos lleve al éxtasis de nuestras emociones recónditas.
Este hombre y esta mujer se amaban pero era tanta su perfección, su encanto en el amor profesado que comenzaron a confiarse. Ella solía tener grandes caminatas en la boca de un coacervado o en el centro comercial más recurrido. Él, cada día se acercaba más a un redondo orangután.
Comían juntos todas las veces y de vez en cuando el padre de ella les hacía una alegre compañía durante la velada. Los hombres se llevaban muy bien y hacían bromas acerca de las vivencias, comentarios de la comida y certezas sobre la naturaleza. Cuando eso sucedía ella se sentía un poco triste pues aunque ellos no se dieran cuenta la iban dejando un poco fuera cada que intentaban conocerse y pertenecer a un gremio, agrupar al sexo masculino y por herencia de los fuertes.
Ella no tenía una mamá, una conocida barrendera, una maestra que le enseñara como dar masaje en sus cansadas manos de tanto reposo, mucho no hacer. Ella adoraba a su padre y su padre a ella pero cada vez que estaba esa tercia inevitablemente ella salía sobrando porque no tenía un deseo ciego de matar venados llegando exactamente por el ojo o de atrapar peces con las manos y luego asfixiarlos o el deseo de quedarse tirada con las piernas abiertas y felizmente sobar su barriga llena de placer y sosiego.
Por otro lado, él, que la amaba, había llegado a conocerla tanto que sabía la dosis exacta que debía suministrarle cada vez que ella se sentía lejos de él y cerca de una rana, la ráfaga del viento o los rayos cegadores del sol en la tierra. Cuando el papá de ella se retiraba, él amado iba a curarla; la penetraba siempre antes de hacer el amor, durante 4 ó 7 veces. Él terminaba feliz y satisfecho, sin cuentas pendientes. Ella se refugiaba en su pecho ancho con los ojos llenos de lágrimas; hubiera preferido que le hiciera el amor y luego la hiciera suya.
Continuaron así algunos meses, no mucho tiempo. Él sentía que poseía el secreto más grande del mundo pues estaba convencido de que aparte de complacer a su mujer la entendía y se sentía dichoso, con la llave de todas las puertas. Ella, también complaciente y un tanto adolorida, cada vez que él utilizaba esa llave sentía cómo se incrementaba ese abismo y como la visión se iba haciendo más negra.
Ante esta situación, hubo un par de ojos que no pudo soportar ni un momento más lo que veía; llámese dios, creador o rey tuvo una decisión sensata. Una de todas esas noches de hendiduras abiertas por una llave, justo al terminar de abrir la puerta, el par de ojos convirtió al hombre en insecto. Ella se quedó incrédula ante dicha transformación y cuando él fue pequeño, pequeño, ella se agacho tanto, tanto y no encontró por ningún lado en dónde ver sus ojos, sólo localizaba sus sonidos. Desde entonces, al parecer, cuando nos enamoramos nos metemos tanto en los árboles y en las flores secas, en los sueños y creemos que cada animal puede cobrar vida, llevarnos al vuelo pizpireta de una luciérnaga; y el amor tanto nos prende como tanto nos apaga.

domingo, 13 de septiembre de 2009

TU ANIMAL, YO ANIMALESCA




Soy jardinera. La mayor parte de mi vida la paso entre flores , residuos de comida y asadores. El parque que atiendo no es muy grande pero los huesos ya me duelen un poco y no he podido simular el gran peso que siento en mi espalda ante el jefe delegacional. El comité decidió contratar a otro hombre y así para que yo le enseñe en qué momento se cierran las puertas, la ponzoña de las abejas cuando es de aceite o de agua y también enseñarle a distinguir a las personas que frecuentan el parque tan sólo porque no hay un lugar más en casa, un espacio para los besos, para dar vueltas en el pasto dulce o para ser dueño de unos metros por un instante.
El joven, así le llamo pues es más joven que yo, ha de andar merodeando los cuarenta años, se ve fuerte pero sus manos no están a punto de reventar por las venas, ni tiene cicatrices de dos o tres espinas arrastradas por el viento para ser luego rasgadoras. Por el contrario, tiene las pestañas muy chinas y un caminar muy relajado, como que me da sueño cuando lo veo.
Comenzamos a trabajar y lo primero que vi al saludarnos, ése primer día fue sus ojos de mapache. Los círculos negras lagunas de su visión. Quise aventarme un clavado, agarrar el jabón de los baños y tallarme el cuerpo rasposo, lijar cada una de mis imperfecciones rugosas con la laguna en su mirada.
Hoy ya cumple quince días el susodicho ése. No hablamos, sólo me quedo atrapada en sus ojos mapache y me siguen todo el día hasta que se calman cuando voy a dormir y caen como una sábana negra y delgada y profunda sobre mi cuerpo calientito. Yo tengo problemas en una pierna y me ayudo de una muleta para poder caminar, por eso me gusta el gran jardín de la gente; los visitantes lo maltratan y los caminitos, los árboles heridos y las flores magulladas vienen a mí a tratar de consolarse.
Cuando veo que viene el lento mapache me quedo parada, esperando que me guíe con su hombría, que de un talachazo de hombre y que sus dedos se conviertan en raíces pero nunca sucede eso, así es que mientras espero él sigue paseando por el parque mientras yo a falta de pierna me ando de la cola de rama en rama e invitado e invitado al fin que no somos más que animales del zoológico en el que hemos nacido.

jueves, 10 de septiembre de 2009

martes, 1 de septiembre de 2009

ÉL NO ES ASÍ


El mes pasado asesiné a mi novio y ahora estoy capturada. ¿Cómo explicar lo que sucedió? Él me llevaba 20 años, es decir ya estaba por ser un cuarentón apuesto y viril. Nos conocimos cuando estaba en el bachillerato, era una excelente jugadora de básquetbol. Pasaba las tardes junto a mis amigas Tena y Lolita, jugábamos hasta morir y después revivir para volver a morir de sed y revivir tomando nuestro sudor con especias y también con sal. Nuestro quipo era el mejor de la zona “¡Lo sería de todo el mundo!” Solíamos gritarlo en la cara de nuestras oponentes y luego escupíamos justo en la línea que señalaba los límites del juego para no ser expulsadas, los árbitros nos miraban con una cara de repulsión mientras el entrenador y porra contraria hacían rabietas, querían sacar el pavimento de tanto patalear. Nosotras no hacíamos más que volver a defender nuestra zona y luego otra vez anotar.
Meses atrás hubo un juego, importante, porque todos lo eran pero ese día el balón salió y yo fui corriendo por el, botó en la banca justo detrás del basurero y en eso apareció él, un hombre de manos duras y venas pronunciadas, lo tomó con esa grande mano y lo puso justo en mi estómago. Me quedé embelesada y regresé al campo ya que el árbitro silbaba para reanudar el juego. En lo que se acabó ese cuarto tropecé dos veces y en dos tiros casi me matan mis compañeras pues apenas rocé el tablero, a mí no me importó.
En cuanto escuché el silbatazo final corrí hacia él. Le sonreí y él dijo:
-Espectacular ¿Verdad?- Yo no pude articular palabra alguna, el ombligo salió de su lugar y sonreí con todos los dientes blancos, lechosos. Al ver que no decía nada completó su frase –Sí, ¿viste cómo bota el balón? Mi hermana es la mejor… Me quedé pasmada y en eso llegó Tena tirándose a los brazos de su hermano mayor.
Desde ese día las cosas cambiaron o al menos mi vida. Continuamos jugando, rechinando los zapatos en la duela, realizando más de 1000 tiros al aro y encestar un mínimo de 900, mucha sed, mucho movimiento, mucho él. La única diferencia es que desde el día que le conocí en adelante jamás faltó a los entrenamientos ni partidos. Tiempo después supe que continuó yendo no por su hermana ni su pasión a dicho deporte, sino por mí y me sentí morir; me enamoré perdidamente. Él acababa de llegar de Canadá pero sólo por una temporada, sus manos dejaban irritada mi cintura, manos de hombre hábil y bien trabajado. Vino por no sé qué situaciones y así comenzamos a salir los tres: Tena, él y yo. Al inicio íbamos a entrenar, a los partidos, por una nieve, al cine, a las discotecas, de viaje, de pinta tras pinta, tras pinta; después de 3 meses me fui con él.
Fue el escándalo de la colonia pero no me importó, las señoras juraron haber presenciado el acto en que yo quedé embarazada y los hombres se me iban encima a través de sus ojos queriendo también comerme y que compartiera con ellos al menos una rebanada de balón. No me importó nada, yo era feliz, al poco tiempo dejé la escuela, semanas después el deporte. Era feliz, mi euforia se brincaba por la acera y se comía al sol. Moría por hacer el amor y que me acariciara entre las orejas e hiciera bombitas entre mis senos pequeños.
No miento si digo que al principio fui una tonta que no sabía como colocarme a la hora que él llegada sediento y también qué decirle cuando se quedaba dormido así es que le acariciaba en la nuca, su pecho poblado y su entrepierna bien marcada. Él era grande, robusto y un poco maltratado, no tenía piel bonita ni cutis cuidado y se burló de los chicos que se hacían depilaciones, el pedicure o se protegían del sol. Adoraba su hombría porque detrás de su tosquedad había un hombre infinito. Ni siquiera detrás, no había que darle la vuelta, bastaba pararse frente a él y mirarlo, sentir sus pantalones desgastados y su corazón cuadriculado como la camisa.
Siempre supe que venía adolorido, de allá, de Canadá y también que huía de algo pero nunca me atreví a preguntarlo, tuve miedo de que la sombra que le perseguía fuera más grande que la luz en que yo me desvanecí miles de veces llena de placer y ojos vacíos. Un día la inmensa felicidad me fue arrebatada, no supe cuándo, no supe dónde, no supe cómo y grite al cielo, maldije a un dios y quise volverme loca.
Estábamos frente a la casa de sus padre, donde vivíamos, él agarraba mi trasero mientras comprábamos un elote con chile, con mucho chile. Llegó una camioneta desconocida, la puerta se abrió y una silueta pronunció su nombre, inmediatamente supe quién era y el elote se me fue rodando, se escurrió de entre mis manos lleno de lágrimas. Él subió y se fue con aquella silueta femenina y bien formada, seguramente ella tendría 35 años, ¡tan cerca de él!
Me encerré, lloré perros guardianes, peces de ojos saltones y culebras fuera de órbita pero él no regresaba. Después de 3 días y cuando estuve a punto de ahogarme en mi propio llanto, a punto de convertirme en cualquier animal, él regresó, con otra camisa que ya no marcaba la cuadricula en su corazón, gel en su cabello, crema en sus manos y otra mujer en sus ojos. Me miró, no dijo nada, se cuidó de no pisar mis lágrimas regadas por toda la habitación, sacó una maleta que estaba debajo de la cama y se dirigió al ropero tartamudo. En ese momento me tranquilicé, supe que ya todo había pasado y que con un poquito de suerte volvería a mi vida anterior a mi preparatoria y lo balones y silbatos. Me sentí feliz y supe lo que debería hacer. Saqué la navaja de afeitar que guardaba en el espejo del baño de su mamá, caminé feliz, con los dientes apretados de la emoción, con la sonrisa saliendo de sus rieles y al entrar al cuarto enternecí. Lo vi ahí, rendido y entusiasta, sentado en la cama y arreglando sus cosas. Me acerqué, quiso decir algo y le cerré la boca, supo que lo había perdonado, nos abrazamos fuertemente y encajé la navaja en su espalda, una, dos, tres, cuatro, 33 veces. –Te he perdonado mi amor.
Hubo un alarido en las primeras perforaciones y luego la sangre comenzó a correr por debajo de la puerta. Cuando me cercioré que no se iría con una sola mujer me dirigí al baño de su madre, lavé la navaja cuidadosamente con jabón. Su madre me miró sin aliento y con sus cabellos crispados, salió corriendo y gritando mientras yo me lavaba las manos y colocaba la navaja en su lugar, limpiecita.
Regresé a nuestro cuarto, deseaba hacerme responsable de lo sucedido y me quedé en la puerta, cruzada de brazos. Me señaló Tena y los dedos le temblaban de coraje mientras por sus ojos se escapaban las venas. Todos habían llegado al cuarto y se lo llevaron, a mí me dejaron aquí. ¡Qué tonterías comete la gente¡ quién se debió ir era él y yo quedarme, pero no me molesta.
El crimen fue hace dos meses y aún no me entregan a la policía, la familia tiene miedo de que al declararme culpable pueda arrastrar de alguna manera la memoria de su hijo y yo quede libre o él más embarrado aún cuando muerto y felizmente mío. Yo estoy tranquila a estas alturas ya nada me preocupa y sólo me dedico escuchar música, sin embargo, aquí, a mi lado izquierdo hay un cable y un interruptor de electricidad, solamente apagaré este aparato y me iré por ahí, sumergiéndome como si fuera un cable reluciente.